sábado, 3 de septiembre de 2011

Diecisiete.

Del mal o del bien,
¿Quién sabe dónde se guarda mi corazón latiendo?
¿Será que nada en agua dulce vertida sobre tu pecho?,
¿O en una vasija seca y con polvo en el fondo?,
está sentenciado a la inercia de este cuerpo.

Superfluo y simple, ese soy yo en una mañana de verano,
pensativo y lúgubre, ese soy en un día cualquiera.

Tengo un nuevo corazón, ardiente, y joven,
y he olvidado lo frío y lo pausado.
¿Qué cuerpo se sumerge en mi alma?
¿Qué Dios me cuida y me da vida?
Es de esta tierra, el agua y el sentimiento que me mantiene inquieto,
y me inquieta aún más el amor y lo prohibido,
¿Qué hago libre en esta espesa niebla?
¿Qué trato de ver más allá, lejos donde ha emanado el agua dulce?

Me aburre la gente que guarda los límites donde empiezan los santos,
¿Cómo respeto al yeso, a las flores y a las velas?
¿Es un juego acaso?,
me aburre la gente que viene a mi casa a instaurar sus tontas razones,
me aburre los prelados que se creen sabios, con la sabiduría divina,
¿Qué sabiduría es santa o puta?

La gente, pide clemencia y trabajo,
¿Qué piden los políticos, los gerentes, los homosexuales y los discriminados?
¿Quieren caminar conmigo de la mano?

Ha amanecido y no recuerdo que he soñado,
si acaso respiro, si tengo mi cuerpo erguido,
si mi voz aún suena, si mi cerebro aún juega,
ha amanecido y ¿quién sabe donde se guarda mi corazón latiendo?

Edwin André.

De: Versículos profundos o conciencia errónea.

martes, 21 de diciembre de 2010

Tres.

Sabemos que somos tres, tan cercanos y yo lejano, quién sabe por qué el tiempo nos unió, nos separó, nos reencontró en dos mundos diferentes y tú en medio, ladeándote a mi siniestra, preguntándote qué será de tu diestra quinceañera.

En tí cabe el sereno de dos besos, en mí cae rotundo el mazo de tu indiferencia, en él, que es como el hierro o el metal más duro de un universo que es verde, misterioso, lúcido y de pronto es opaco, retrógrado para luego pasar a ser mi cuzco fiel. Talvez en tí también caben dos penes.

Pregúntate, preguntémonos compañero, si somos tres clarividentes o de repente seamos miradas distintas que al mar o al abismo de tu mar o del mío vayan a escurrirse, mimetizarse con tu piel para luego ser la lapa de mi lecho y el límite de mi territorio que sin duda sería impoluto tontamente y pequeño como el amor que nos tenemos.

Estoy sancochando un nuevo divorcio, me queman las manos y el silencio en mi garganta es indicio de que el aire, que es tuyo, es ingrato conmigo, me es desleal, y yo como soy libelo, me pintas de amarillo, me tachas, pero me quedo con la consigna de ser tu ancho lava pies, donde olvides el relave del terreno abrupto que vive y desdeña de tí.

La mitra refleja deseo, desavenencia, seguimos siendo tres, probablemente yo aún quede más lejano, él siga con su tradición, tú con tus citas invencibles, tus parábolas sin fundamento, quien sólo yo crea y siga. Mi palpitar es temeroso, está como en el día que perdí mi castidad, sólo que ahora ya no digo que sea meterlo y sacarlo, ahora es un pálpito primoroso, a la vez estruendoso que hasta quiebra mis costillas, como si fueran las de un animal, espero no más violencia, espero ser libre.

Tres y somos varios ojos, que no ven, que lanzan secretos, lloran, brincan de un felicidad efímera. Somos tres, mi nombre es tu libertad, el tuyo mi debilidad, ¿y el de él? de repente no es una libertad, por que ya no puedes hablar.

Edwin André. 19/10/2009

jueves, 16 de septiembre de 2010

Transformación.

I

Quisiera amarte como te amé,
No amarte como te amo.

Quisiera  verte como antes, tan sólo los
Días de tu buen humor,
No verte como hoy.

Quisiera no besar tus labios a escondidas,
¿Por qué aún te beso a escondidas?

Quisiera retroceder el tiempo,
Pero estoy sentado y me pesa la pena,
De saber que el tiempo es contrito y eterno.

Quisiera que tu pensamiento sea otro,
No hablo de ti, sino de mí y de los que te rodean.

Quisiera  resucitar de esta mi muerte
Y ver si lloras, ríes o nada.

Quisiera no pensar, pero no me hagas pensar,
Si supieras y sintieras cuando te tomo de la mano,
No es tu mano sino una piedra pesada.

Quisiera saber dónde está tu luz interna,
No te pido que me alumbres, al menos dime la verdad.

Quisiera que las horas no existan,
Que tu conspicua mirada elevada por encima de mi candidez,
Me mire y vea mi incertidumbre que corre, esperando tu razón.

Quisiera no mirar atrás, pero me llama la duda,
El te amo incierto. Desahogo mi mar quieto con tu mar embravecido,
Reímos y no siento nada y miro atrás y más atrás y atrás.


 II

Dame tan sólo un mes, para darme cuenta que no te amo,
Que los días son mejores sin ti, sin tus besos de cal,
Sin tus palabras retocadas con mentira y sevicia.
No sé que hago aquí y allí.

El amor, aprendí que es un sí en el momento,
Un no inquieto y que quiere ser libre,
Un tal vez certero.

Dame un matrimonio impío y sin juez,
Un lunes entre julio y agosto,
Regálame un noviazgo en paz y en tráfico,
Lleno de regalos y amor envuelto en pañales.

Llámame en cuanto puedas, estoy desnudo,
Pronto me voy, al fin donde ti, pero no me esperes en noviembre,
Tampoco sueñes, y al poco rato estaré dándote un beso,
Hablándote al oído. Aún espero que se vaya el otro.

Dame dos semanas, un poco de “floro”,
Crisis de nervios, una taquicardia y un beso esquivo.
Dame ahora lo que no tengo.


 III

Soy grosero sin saber la barbaridad de tus actos.
Se llama extrañar, al amor como señuelo.
Ayer Dios no me habló, porque le volvieron a crucificar.

Te noté agresiva, te sentí agresiva, tu mirada y tus besos.
Puse una flor en tu flor, una caricia y tú, y tú no encuentras remedio.

Una pausa al tiempo, son las veintiuno y treinta y dos,
Dame dos segundos para irme, y volver a ti, abre los ojos, y ya he vuelto,
Trota la vida y yo soy tan lento.

Pariste cualquier cantidad de mentiras, tal vez mi cara de idiota
Te presuma confianza, te de la certeza de un amor ensalzado.
Piensa como poetisa, analiza y deja de lado tu torpeza enorme,
Mírame y no soy él.
Deja tu costumbre al lado de tus sueños y si quieres recuerda tu vida sin
Que tus ojos la reflejen, dame la espalda de tu rechazo.

Desesperado, me he lanzado a escribir tu acto horrible
Y no me convenzo de tu cabeza agacha y tu mirada de culpa.
No puedo, bostezo, y me aburre, tu foto, tus piernas y talvez todo.
Por qué será tan difícil tratar de amarte.

Quisiera escupir la verdad tallada en mi cerebro,
Debió ser hoy, será mañana o no sé que día.

Nadie sabe por qué en la noche rezo y pido,
Nadie sabe si me amas o si eres feliz,
Yo sé que las palabras se las lleva el viento y que los besos se quitan con agua.

Cierro los ojos y pienso:
La noche es fría, siento el sabor de tu boca,
Tengo tu olor en mis manos, pareciera hedor y no siento nada.

Espero, te armes de valor y arremetas con dureza, sin piedad del silencio,
Con vergüenza, tal y como me amas ahora.

Antes que tú todo era mejor, luego de nuestro debacle vendrá el paraíso.
Este invierno es distinto, vivo el frío de tu cuerpo, el calor que
Achicharra mis sentimientos, obligándolos a mentir que te amo.


IV

Mi mirada se sumerge en el aire, se pierde en ayer,
No he comido nada, la tarde soleada también es fría.

El cuerpo no entiende de estaciones, no entiende de desastres, de lujuria,
¿Cómo te beso sin tocar tus labios, sin ser yo el que te tenga que besar?
Es como no haber vivido esos minutos contigo,
Son borrosos, pero en fin, son y duele, reniega mi pecho,
El tronco como tú le dices.

Me pregunta una respuesta ciega,
¿Qué haces lamentándote, engriendo el engreimiento,
Dando lástima, llamando a amigos, encerrado y escribiendo?
Respuesta: escribo a la venganza. Sí, dios existe, pero no en ella,
Escribo para darle mi odio a mi odio y no a ella.
Es una niña y yo también quizá lo sea,
Como mi cabello rebelde y su cabello,
Como mi tamaño y su altitud,
Como dos estrellas distanciadas por el universo,
Muere, explota y se dispersa.

Ha cambiado la forma,
Mientras halla una planta, agua,
Y existan mis locuras, habrá poemas,
Quizá no impacten, quizá el siglo no lo permita,
Quizá jamás los leas, quizá jamás no exista.


 V

Cuando nos abrazamos siento que el tiempo se detiene,
Cierro los ojos y parece que nada existe alrededor, sólo tú y yo,
Juntamos nariz con nariz, acaricio con mi rostro tu rostro
Y nos enfrascamos en un beso tan dulce.

Mañana si te veo, sólo quiero que nos quedemos mirándonos,
Juntar nuestras manos y ver como se fusionan nuestras pieles.

Es hermoso quedar suspendido en tu mirada, acariciar tu frente,
Coger el olor de tu cabellera entre mis dedos,
Mirar tu cuerpo entero, fijarme en tu rostro, besarte y oír
Que susurras en mi boca un te amo tierno.

Es divino, artístico y científico, ¿cómo no amar a un ser tan precioso?
¿Cómo negarse a tu blancura, a tu sonrisa, a tu mirada, a tus frases?

Basta observarte y siento que todo el amor se viene al centro de mi pecho,
Comprime con dulzura, duele sin herida.

Sujetarte con mi mano diestra tu mejilla, recorrer tu oreja con mi dedo,
Mientras vuelvo a besarte y ahora yo susurro un te amo mucho más tierno,
¿Cómo negarme a alguien que amo?



VI

He escrito con un beso mi silencio,
Entenderás, que los poetas son escudriñadores,
Maldicen y bendicen, he guardado mi silencio
En tu propia boca.

Lo siento, perdón, pero los poetas, piensan en lo suyo,
Piensan en lo que alimenta el poema,
En lo que ha de beber su hijo,
Cada verso se llena de ti y de las palabras que te digo.

Cuanto siento que tenga que escribir esto,
No sé que venga luego, no sé si acaso crees que sé.
Advierto de anomalías en cada célula que lanzo al aire,
Que van hacia ti. Perdón, compréndeme.

Yo nací, después de un invierno, por la mañana, como ayer.

Nada existe después de esto, podrás reclamar lo que desees,
Podrás desvariar tu carácter, podrás llorar hasta dejar que tu amargura
Se consuele en mi pañuelo.

Fingiré que el mundo sigue igual,
Que dos palabras forman la grandeza de vivir,
Que mi alma reniega de ser mi cuerpo que te extraña,
Tus besos, tus piernas, tu foto, talvez todo.

Todo aquí arriba, está como allí abajo,
Está como cuando estuviste aquí arriba, dentro,
Tal vez no distingas bien lo que guardo entre músculos y sangre.

Edwin André. 13/08/2010 - 12/09/2010.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Memoria de uno para uno.

Era cerca de las siete y treinta por la mañana, el frío conspiraba para todos los ciudadanos, aunque era verano, el día se presentó raro, nada fuera de lo común para quienes vivimos en Lima y sabemos que la ciudad tiene mal carácter, a veces habla bien o mal, más mal que bien, sin embargo no me voy a la lluvia, sino a un repentino encuentro.

Llegando, café en vaso en mi mano diestra y un cigarro en la siniestra, le vi pasar como pasan los siglos en los humanos, como pasan los años en el universo, de pronto me olvidé de que el cigarro se consumía y que quemaría mis dedos, mi mandíbula descolgada, labios entre abiertos, como queriendo besarle desde lejos, una figura pequeña, cruzó ante mi y mi mirada decaída y soslayada, no vi bien que era. Pasó mientras contaba pequeñísimas piedras en el suelo tan sólo alcancé a ver el fin de una falda, correr y pasar jalada por una dueña que tenía algo de mítico, y mucho de sensibilidad. Esforcé levantar mi vista, le alcancé a ver cuando ya doblaba para ponerse a buen recaudo, sin presentir quien era y como era.

Me quedé en el mismo lugar donde le avizoré por primera vez, tumbado sobre el suelo. No pasó mucho tiempo, y regresó por donde se fue. Pura, de ojos negros titilantes, labios que se confundían con sus rizos, un cuello pálido que dejaba ver unos surcos verdes los cuales le mantenían con vida, una escultura perfecta, vestimenta acorde y sencillez humana. Pasó a pocos metros de mi, traté que nuestras miradas se crucen, pero ella no miró abajo, pasó emanando dulzura y olor a un cuerpo limpio y reservado.

Me sentí como un mendigo, ciego y torpe, que había visto algo fuera de lo común, endiosado. Desde allí todo lo que me acompañaba cada día fue diferente, dejé de fumar pues creí que esa delgadez se quebraría con el simple toser a causa del humo. No supe su nombre sino hasta que un acto lúdico hizo que crucemos miradas y voces. De mi parte un amor empedernido, clavado en mi hasta las uñas, sin saber por qué y comprendí en parte cuando me dijo su nombre, escuché su voz pausada y temblorosa, que mal se mezclaba con la mía. Yo que soy tímido, osé preguntarle si ella lo era, me dijo sin remedio un sí dudoso, al instante pregunté, tu voz es suave, denota mucho y después me perdí, no supe qué más decir, perdiendo la oportunidad de obtener respuesta que emane de esos labios perfectos, delineados con la mayor delicadeza que pareciera no ser terrestre tal pureza, no me imagino más que miel de esos labios, dulce al igual que todo su anatomía, por ella que canté canciones que hace tiempo no sentía tan románticas.

Caminaba atento a ella, si me levantase la mano o fijase su mirada en mi y yo en ella, verle al final de la rutina era difícil, tomábamos rutas distintas y siempre salía como si el diablo se la llevara, veloz, a veces sin despedirse. Sin embargo la única vez que le tuve cerca rechacé acompañarle y me fui sin voltear. Cómo se iba con su chompa tejida roja, sus zapatos femeninos que dejaban ver en esplendor sus tobillos, sus piernas forradas de su piel blanca que se tornaba porcelana, no volteé y eso me dolió, me jodió, pues fue mi única oportunidad, allí supe que le quería, pero que fui cobarde, sin saber que días después como si hubiera regresado a su mundo, fuera de esta imperfección, desapareció sin hablar, sin darse a notar, tan sólo le extrañé, le extraño y no me basta hablarle por un aparato sin afecto. Espero tumbado en el suelo, sin cigarro, te agradezco.

Edwin André. 25/06/2010.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Fuego rojo.

Tuve la inocencia
de un niño, jugué
con un fuego que
nunca antes había visto.

Me quemé, muy adentro,
allí me quemé,
aún quema,
me acostumbré.

Ese fuego se alojó
en mis entrañas, luego
supe que era un
fuego especial, extraño, doloroso.

Doloroso, muchas veces
me hizo llorar, extraño,
no entendía cada lágrima,
cada caluroso estremecimiento.

Sus lenguas besaban mi
pecho a través de
mi boca, mis
manos frías, sudorosas, calmaban
el sublime dolor, suave y acogedor.

Un fuego rojo que
calzaba perfecto en mis labios.

Fuego de brío
eterno, de brillo
calcinante, duradero, que
supo de alegría y tristeza.

Un fuego que no
quiero olvidar, lo siento
lejos a la vez adyacente.

También supe que
es un fuego
ambiguo, te encuentra,
te pierde, te llama,
te niega, te ama
te quiere.

Edwin André. 12/06/2008

Eximo a la Primavera.

No es despecho
ni desamor que este
último pensamiento de la
fila al amor,

Tenga el deber ilustre
de plasmar en tristes
hojas, el señuelo, la
cría de un sentimiento,

Un sentimiento profetizado,
alzado en andas, muchas
veces oculto en
la furia de un abrazo hurtado.

Troto sin parar a
la voz de tu boca, al
valor de tu vida, al
jamás te pude conocer completa,

Es que si
pudiera, no, no lo
haría, mi amor es
más fuerte que el dolor,

El dolor a dúo que
terminará en
tus nuevos brazos,
en un idilio cerca de octubre,

En una flor en
tu cabeza, una
canción de salón, en
mis pasos equívocos.

Paso lista,
tu nombre está escrito
en mis manos, mi
exhausta memoria de siempre,

Mi alma de
sucio hambriento de tus
besos forzudos, caricias
esbeltas, palabras hermosas.

Si es que no
me olvido de algo,
simplemente hambriento del
arte de esculpir en ti,

Esculpir en oro,
el agridulce sabor del
te amo, sin saberlo, del
te amo, sin remedio.

Edwin André. 07/04/2009

Violación de palabras.

No puedo saber si me enamoré de la mujer o del hombre que es mi amigo, tiene tanto de ambos, es una mujer por que descartando que actúa como mujer, es de una enorme sensibilidad que ni siquiera yo, un escritor y poeta he podido sentir, pues para hacer poesía se necesita de algo esencial, no es solo usar consonantes al final de cada verso; mi amigo tiene algo de mujer, es inteligente, poco tosco y carismático, pero a veces es hombre al punto de lanzar un piropo a una mujer de senos y prominentes caderas, y es que a veces me rechaza cuando lo abrazo, y me entrega una mirada de incomodidad que yo transformo en picardía diciéndole, “perdóname, está bien me aguantaré hasta la casa”, pero al final río y le comento que es broma, pero sé que en el fondo me gusta o yo le gusto, espero equivocarme.

Yo sé que mi amigo tiene falo, pero es tan mujer que no habla de masturbación, él es una señorita en la clase de geometría, pues no se ríe de las obscenas bromas del profesor, ni se lanza a risotadas como normalmente lo hacen todos los hombres, algunas damas y yo, en tanto que nos joden, puedo afirmar que mi amigo es un caballerito, que antiguamente eran conocidos como dandi, no me gusta entrar en epítetos, pero lo que él tiene de físico también conserva en inteligencia, como ya lo he repetido, no es tan alto, no es un modelo de pasarela, como sé que desearía ser, es de pelo liso, ojos almibarados, una sonrisa en los labios, que son rojos y delgados, en fin, no soy bueno en describir y menos a la persona que me convierte en una mujer, que hasta me hace llegar al punto de maquillarme los labios, claro está que estoy siendo sensacionalista, ¿yo maquillándome? ¡Ni hablar!, lo de mujer, sería delatarme a mí mismo, sería como sacarme el calzoncillo en plena conferencia de prensa.

Mi amigo es tan misterioso, que opta por contestar uno de sus cuatro nombres, dos de ellos muy varoniles y otros dos, digamos que unisex, él añade una seriedad que combina bien con mi elegancia, sin entrar en detalles, las pocas veces que nos encontramos en una reunión, compartíamos casi la misma tonalidad de camisa, que era una tonalidad baja, pero a él siempre le quedaba mejor que a mí, y yo se lo decía con la esperanza de que me contradiga, sin embargo, solo escuchaba un cortante gracias.

Extrañaba su apellido en la lista, cuando no concordábamos en el mismo salón, pero en el receso podía verlo y concluí que me gustaba más, con mucha controversia; de mujer y algunos días de varón.

Edwin André. 05/02/2009