Tuve la inocencia
de un niño, jugué
con un fuego que
nunca antes había visto.
Me quemé, muy adentro,
allí me quemé,
aún quema,
me acostumbré.
Ese fuego se alojó
en mis entrañas, luego
supe que era un
fuego especial, extraño, doloroso.
Doloroso, muchas veces
me hizo llorar, extraño,
no entendía cada lágrima,
cada caluroso estremecimiento.
Sus lenguas besaban mi
pecho a través de
mi boca, mis
manos frías, sudorosas, calmaban
el sublime dolor, suave y acogedor.
Un fuego rojo que
calzaba perfecto en mis labios.
Fuego de brío
eterno, de brillo
calcinante, duradero, que
supo de alegría y tristeza.
Un fuego que no
quiero olvidar, lo siento
lejos a la vez adyacente.
También supe que
es un fuego
ambiguo, te encuentra,
te pierde, te llama,
te niega, te ama
te quiere.
Edwin André. 12/06/2008
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