domingo, 22 de noviembre de 2009

Violación de palabras.

No puedo saber si me enamoré de la mujer o del hombre que es mi amigo, tiene tanto de ambos, es una mujer por que descartando que actúa como mujer, es de una enorme sensibilidad que ni siquiera yo, un escritor y poeta he podido sentir, pues para hacer poesía se necesita de algo esencial, no es solo usar consonantes al final de cada verso; mi amigo tiene algo de mujer, es inteligente, poco tosco y carismático, pero a veces es hombre al punto de lanzar un piropo a una mujer de senos y prominentes caderas, y es que a veces me rechaza cuando lo abrazo, y me entrega una mirada de incomodidad que yo transformo en picardía diciéndole, “perdóname, está bien me aguantaré hasta la casa”, pero al final río y le comento que es broma, pero sé que en el fondo me gusta o yo le gusto, espero equivocarme.

Yo sé que mi amigo tiene falo, pero es tan mujer que no habla de masturbación, él es una señorita en la clase de geometría, pues no se ríe de las obscenas bromas del profesor, ni se lanza a risotadas como normalmente lo hacen todos los hombres, algunas damas y yo, en tanto que nos joden, puedo afirmar que mi amigo es un caballerito, que antiguamente eran conocidos como dandi, no me gusta entrar en epítetos, pero lo que él tiene de físico también conserva en inteligencia, como ya lo he repetido, no es tan alto, no es un modelo de pasarela, como sé que desearía ser, es de pelo liso, ojos almibarados, una sonrisa en los labios, que son rojos y delgados, en fin, no soy bueno en describir y menos a la persona que me convierte en una mujer, que hasta me hace llegar al punto de maquillarme los labios, claro está que estoy siendo sensacionalista, ¿yo maquillándome? ¡Ni hablar!, lo de mujer, sería delatarme a mí mismo, sería como sacarme el calzoncillo en plena conferencia de prensa.

Mi amigo es tan misterioso, que opta por contestar uno de sus cuatro nombres, dos de ellos muy varoniles y otros dos, digamos que unisex, él añade una seriedad que combina bien con mi elegancia, sin entrar en detalles, las pocas veces que nos encontramos en una reunión, compartíamos casi la misma tonalidad de camisa, que era una tonalidad baja, pero a él siempre le quedaba mejor que a mí, y yo se lo decía con la esperanza de que me contradiga, sin embargo, solo escuchaba un cortante gracias.

Extrañaba su apellido en la lista, cuando no concordábamos en el mismo salón, pero en el receso podía verlo y concluí que me gustaba más, con mucha controversia; de mujer y algunos días de varón.

Edwin André. 05/02/2009

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