domingo, 22 de noviembre de 2009

Adolezco de mí.

Tuve una cita, en la garita de la esquina, punto estratégico, en dónde podría abrazar, comunicarme sin fronteras, sin que mi corazón palpite acelerado, en dónde podría besar, amar y ser amado.

Llegaré muy temprano, pues los minutos, las horas carecían de hechos, eran voluminosos, eternos; caminé desde mi casa, hacía un frío primaveral en el viento, con el que me topé al cruzar mi puerta, crucé la calle, hacia la otra acera y caminé derechito casi sin esquivar a nadie, pues ya todos estaban en sus camas, tal vez leyendo un libro o viendo televisión, o quién sabe, mis amigos prendidos del control remoto de su televisor buscando impávidos diversión para su mente.

Aprovecho que mi madre está de viaje por su trabajo, no sé a dónde la habrán mandado y mi padre está de madrugada en el periódico; sigo mi ruta ya concentrándome en la garita que ya la estoy avizorando.

Espero apoyado en uno de los árboles que me darán camuflaje mientras me deslizo por cada centímetro de la garita, mientras pruebo carne con mis labios y ya todo se va convirtiendo en proyecto, que es esencial para mi sexualidad, que tal vez cambie mi condición y modifique mi caminar.

Ya empiezo a sentir miedo de que mi compañera no llegue, que alguien me esté observando apoyado en el árbol y sospeche de mí, y de pronto aparece ella que se sorprendió de mi belleza masculina, de esa camisa Mossimo que traía puesta y ese jean encajado que daba a notar mis curvas que hoy dejé de sentirlas tan, tan …

Me plantó un beso sin más premoniciones, sin saber que hacer, fue instintivo el sujetarla con delicadeza y juntarla a mi boca, me sentí extraño, pero me sentí como debía sentirme, ella empezó a desnudarme desde mi boca, hasta mis avergonzados pies, ella hizo lo mismo con su cuerpo, mientras yo observaba cada sensual movimiento de sus manos, cada gesto de placer cuando sus dedos tocaban su grácil piel blanca.

Edwin André. 30/01/2009

No hay comentarios: